lunes, 3 de septiembre de 2007

Distintos autores han sugerido que la espiritualidad es inherente a la psicoterapia, y se ha argumentado que toda psicoterapia supone aspectos espirituales (Bergin Payne y Richards, 1996; Browning, 1987; Tjeltveit, 1986, 1996, cita-dos por Helminiak, 2001). Por ello es muy importante no desdeñar la importancia de lo espiritual. Esta área de la vida humana ha sido largamente segregada del campo de la psico-logía, y parece ser necesario, hoy por hoy, asignarle un lugar más allá del apasionamiento de la fe y el escepticismo contemporáneo
En el centro está el paciente con sus dolores, su angustia, su tristeza, y lo cierto es que cada profesión hace contacto con él mediante una mirada diferente; una lectura diferente de su existencia que tiene que ver con la formación de cada una; desde ésta, y desde su situación específica consulta privada u hospitalaria - son posibles distintos abordajes psicoterapéuticos: (1) El acompañamiento (Thomas, 1999; O'Connor, 2004), (2) La consejería, (Anandarajah y Hight, 2001), (3) La psicoterapia, (Bernstein y Nietzel, 1982), y (4) Los sistemas psicoterapéuticos. Evidentemente, estas estra-tegias de intervención pueden ocurrir desde perspectivas seculares o espirituales y en diferentes ramas del saber (v.gr la consejería puede ser de tipo tanatológica, matrimonial, educativa, etc.). En el ámbito de la psicología las cuatro poseen una especial pertinencia dado que constituyen opciones terapéuticas cuyos efectos es deseable considerar en el diseño de estrategias de intervención a diferentes niveles de cober-tura social, desde lo individual hasta lo colectivo; todas ellas poseen el propósito común de promover la salud mental en diferentes situaciones y ámbitos.
1. Acompañamiento. Este tipo de cuidado puede ser proporcionado por cualquier persona; sin embargo, ello no exime que dicha persona esté provista de cierto grado de adiestramiento terapéutico, al menos básico, en materia de qué es lo que es benéfico hacer, y qué puede tener efectos iatrogénicos. Thomas (1999), para el caso de los pacientes moribundos, ha subrayado que la sensación de una presencia atenta y comprensiva tiene un poder de consolación tan grande, que permite disminuir la dosis de medicamentos ansiolíticos (p. 102), lo cual puntualiza la importancia del acompañamiento y sus efectos terapéuticos. Thomas describe el acompaña-miento de la siguiente manera:
Es absolutamente necesario obrar de modo que el paciente viva normalmente sus últimos momentos: prodigarle cuidados afectuosos, tranquilizarlo, atender a sus necesidades corporales, incluidas las estéticas, darle ocasión de practicar actividades arte-anales y lúdicas y procurar la presencia a su lado de sus seres queridos.(p. 102-103; Cf. Kübler-Ross, 2002).
No es preciso que el paciente esté moribundo y enfrentando su ansiedad ante la muerte (en cierto sentido, siempre afrontamos esta ansiedad en situaciones críticas de salud); basta conque enfrente situaciones de pérdida importantes para que un acompañamiento activo le beneficie. O'Connor (2004) proporciona una lista de actitudes y conductas que es posible tomar en cuenta para apoyar a los familiares o amigos sobrevivientes de un paciente moribundo o que ha falle-ido, entre las cuales están el "hablar poco, evitar frases trilladas, ser uno mismo, colaborar en cuestiones prácticas, aceptar los silencios, ser un buen oyente, consolar", (p. 165), entre otras.
El acompañamiento espiritual es un tipo de cuidado es-piritual general, basado en el reconocimiento de, y respuesta a, las expresiones multifacéticas de la espiritualidad tanto del paciente como de sus familiares, e involucra compasión, presencia, escucha, el fomento de una esperanza realista, y puede o no incluir conversaciones acerca de Dios o la religión. (Derrickson, 1996, O'Connor, 1987, citados por Anan-